Quienes por la razón que fuera hemos hecho caso a nuestro espíritu nómada y nos embarcamos en cambios importantes en nuestras vidas, como marcharnos del país en el que nacimos, donde dejamos atrás nuestras familias, nuestros amigos y ese puñado de pertenencias que solo significan algo para quienes las dejamos.
Nosotros, esos emigrantes que al decir de mi viejo, con el paso de los años entramos en un limbo, pues terminamos por no ser de ningún sitio, en el lugar donde nacimos llegará un momento donde nadie nos va a reconocer y en el lugar donde vivamos, siempre seremos un extranjero. Nos transformamos así, en ciudadanos del mundo, un espécimen cada vez más común a lo largo y ancho del globo.
Una situación que por más que las comunicaciones y el transporte se han modernizado de tal forma que todo es mas fácil y accesible, igualmente en nuestro interior se sigue dando el mismo proceso que al principio de la historia. La sensación de desarraigo, con la consecuente depresión que ello implica por esas pérdidas, que de algún modo hay que procesar y hacer el debido duelo.
Evidentemente, cada persona es diferente y hace esos procesos con mayor o menos celeridad, al punto que algunos, entre los que me incluyo, damos la impresión de no ser afectados por esos temas. Sin embargo también sufrimos esos desequilibrios, solo que más levemente, o los procesamos con mayor velocidad, o simplemente vivimos el momento donde nos toque estar y dejamos el pasado en su sitio, sin tampoco pensar en el futuro.
Aquí es donde encuentro importante mencionar que en casa y gracias a Rosa que es una gran aficionada al arte, a la decoración y al diseño, hay unas cuantas piezas, especialmente cuadros de artistas reconocidos de la zona y un par de cuadros de artistas uruguayos, uno comprado por mi esposa y el otro un obsequio de Felisa y Gabriel.
Todos esos cuadros en mi caso, funcionan como una ventana, como un hueco por el cual mirar hacia otra dimensión, una apertura en el tiempo y en el espacio. Especialmente el último que he mencionado, en el que Cecilia pintó la estación Margat, una estación de tren, muy cerca de la cual pasé diez años de mi vida, antes de venir para Noia en el año 2005.
Muchas veces, cuando lo contemplo mientras tomo unos mates, en mi mente, me traslado en el tiempo y el espacio, recordado aquellos gratos momentos trabajando en el campo con mis manos, sin prestar atención al paso de las horas, cuando no usaba despertador ni reloj, cuando solo respetaba los tiempos naturales y las actividades que ello implicaba, donde descubrí que la vida es otra cosa, que lo más importante es disfrutar, generar alegría, ilusión, buena onda, optimismo, felicidad, amor y poder compartirlo con quienes se encuentre alrededor.
Les mando un abrazo!!!!!
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