Es un espacio para compartir mi visión de la Felicidad y sus vínculos con todos los aspectos de la vida, el hogar, el amor, los afectos, el trabajo, la sociedad, la política, la educación, la economía, la ciencia, la empresa y más.
La Felicidad es una tarea individual y colectiva, requiere un esfuerzo constante de todos nosotros, se relaciona e influye en todo, es un elemento vital para tener un mundo mejor.

miércoles, 3 de enero de 2018

Felicidad, temporales y recuerdos



No tengo claro el motivo por el cual caminar bajo la lluvia me resulta muy agradable, es una de esas cosas que me relaja, me da placer. Evidentemente bien abrigado, buena ropa de aguas, buenas botas, un buen paraguas, en fin todo lo necesario para resistir el chaparrón. Y entre tantas historias que tengo en mi memoria de situaciones bajo la lluvia mansa, o soportando un gran temporal de lluvia y viento, hay una que es recurrente y me viene a la memoria muy frecuentemente.

A mediados del año 1973, pleno invierno en Uruguay, recuerdo que estuvimos varios días, sometidos a un gran temporal, de lluvias torrenciales y vientos huracanados, que entre otros desperfectos, causó la varadura de un barco en la playa del Buceo en Montevideo. Era el Pontón del Banco Inglés, un barco faro que marcaba justamente el banco de ese nombre en el río de la Plata.
Una de esas tardes, justamente en la que más arreciaba el temporal, me encontraba cómodamente en casa junto a mis hermanas y mi madre, cuando recibimos una llamada telefónica, era mi padre que le pedía a mi madre que yo le llevara al puerto de pescadores del Cerro una cadena y otros elementos que él tenía guardados en casa.

Así fue que me abrigue bien, me puse las botas de goma, una gabardina grande que tenía, un paraguas y salí para tomar el autobús, el 130, que debía cambiar en el Paso Molino por el 125 para de allí ir al Cerro. Entre lo que significaban las botas de goma, los gruesos abrigos, la gabardina, la bolsa con las cadenas y demás herramientas, resultaba un alivio subir al autobús, era un momento de descanso. 

Llegando al Cerro, me bajé en la calle Grecia esquina Barcelona, crucé y baje por Barcelona hasta  Egipto, caminé media cuadra y allí estaba la entrada al muelle de pescadores, donde mi viejo tenía surta su barca, la “Adoración”, una chalana de madera con un viejo motor Penta que hacía poco tiempo había comprado, para salir a pescar. Era su pasión, era un pescador, desde su Porto do Son natal, pasando por Cadiz y luego por San Sebastian donde trabajó algunos años en la pesca del bacalao. De allí se fue a Montevideo donde finalmente se afincó, dedicándose a otros oficios y empresas.

Comenzaba a dar mis primeros pasos por la entrada al muelle de pescadores, en donde no se veía a nadie, solo las olas que azotaban el muelle y los botes que allí estaban amarrados, iba con la pesada carga ya a paso cansino, sin miedo al temporal, totalmente inconsciente del peligro que significaba ese tramo sobre el atracadero, tenía que cumplir mi tarea, hacerle llegar a mi padre los elementos que había solicitado y nada me detendría. En ese momento escuche de forma apenas perceptible que alguien gritaba mi nombre, me di media vuelta y mi padre venía por la calle Egipto corriendo junto al guardia del muelle totalmente empapados.

Allí cuando nos juntamos en la entrada del atracadero, me hizo ver el peligro que había corrido al entrar en ese lugar y me informó de lo ocurrido. La embarcación por el temporal había roto las amarras y quedó a la deriva, dándose contra la costa y la habían ubicado en las rampas del astillero Regusci Voulminot para donde nos fuimos los tres siempre soportando la lluvia y el viento. 


Logramos hablar con el encargado del astillero, quien muy amablemente hizo un intento con la enorme grúa de la empresa, para intentar enganchar la “Adoración” pero fue imposible, el viento era tan fuerte que no le permitía hacer girar la grúa. Todos los esfuerzos fueron infructuosos y luego de un par de horas finalmente mi padre decidió dejar la embarcación allí aún flotando en esa rampa. El encargado del astillero quedó en hacer algún otro intento si el temporal amainaba, no había más que hacer. Y volvimos a casa extenuados, cansados y sumamente apenados por el ingrato suceso que nos quitó la alegría, la ilusión y la felicidad de salir a pescar con mi viejo en su barca.

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