Cuando descubrimos un lugar, un paisaje que nos emociona, nos hace sentir en paz y armonía con la tierra en que vivimos y su grandiosidad. Cuando perdemos la noción del tiempo y nuestra mente se pone en blanco, disfrutamos de poder respirar y apreciar nuestro entorno como nunca antes, sintiéndonos parte del mismo. Eso es felicidad.
Repito una vez más con el lugar en el que vivi diez años de mi vida, en el que fui muy feliz, en el que no usaba el reloj, donde los tiempos los marcaban el amanecer y la puesta del sol, donde las tareas las hacía en función de las necesidades diarias y con una mínima planificación con relación a los requerimientos de los animales de la granja, teniendo en cuenta la estación y el clima. La naturaleza, el sistema productivo y mis ganas de trabajar, marcaban el ritmo.
Todos los días había un tiempo para compartir un mate con los amigos, o para ir a visitar a la familia. Un camino con todo tipo de obstáculos y desafíos, pero gratificante y relajado al mismo tiempo, que tanto a Rosa como a mí nos hubiera gustado continuar en algún momento.
Por mis circunstancias actuales, estoy poniendo a la venta ese hermoso, estimulante y feliz trozo de mi vida. Un escollo difícil en el sendero por el que la vida me va llevando.
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