Sin pretender explicar la teoría que Max Planck desarrolló hace más de un siglo, creo que todo lo que a partir de ella se fue creando es maravilloso, salvo algunas cosas. Pero me parece que hay mucho más en torno a ella y especialmente en lo que tiene relación con nuestra naturaleza. Somos un conjunto de células, moléculas, átomos, electrones y otras partículas invisibles organizadas de tal forma que podemos vernos, oírnos, comunicarnos, reproducirnos y más.
Por tanto, todo lo que hacemos, pensamos, soñamos y sentimos tiene que ver con la energía y su intercambio a través de pequeños cambios cuánticos a nivel de ese mundo invisible. Y todo eso pasa de ese mundo invisible a lo visible, manifestándose en actividades específicas, en gestos típicos de cada uno y que entendemos desde siempre como la expresión de un pensamiento, o emoción, o actividad física concreta.
Pero también hay una parte de esos movimientos cuánticos que solo se quedan en pensamientos y sentimientos que no manifestamos como tales, aunque si los somatizamos. Esas enfermedades inexplicables, que en algunos casos se convierten en nuestras mayores pesadillas. Pues todo eso debemos canalizarlo adecuadamente, aquello que no nos guste manifestarlo y hacerlo visible de modo que no carguemos con elementos nocivos.
Tenemos que aprender a influir en nuestros movimientos cuánticos, aprender a encender ese mecanismo desencadenante del funcionamiento adecuado de ese sintetizador bioquímico que cada uno de nosotros tiene en su interior. Esa síntesis de sustancias generadoras de la alegría, la ilusión, la buena onda, la felicidad y el amor, manifestaciones que desde lo más profundo nos brotan produciendo beneficios en nosotros y nuestro entorno.
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